Salimos para el estadio Centenario dos horas antes. Primer consigna: sin nada de Vélez. Cruzar Montevideo vestidos de azul y blanco era una misión suicida. El colectivo estaba inundado de manyas que se dirigían al mismo sitio que nosotros. ¿A quién no se le hubiese pasado por la mente gritar “AGUANTE VELEZ” y ver la reacción de los uruguayos? Pero la cordura nos mantuvo callados.
Dar la vuelta al centenario entre miles de personas del equipo contrario fue bastante sencillo, nadie se dio cuenta (por suerte) que éramos fortineros hasta la médula. El camuflaje era una de las mejores decisiones del día.
La suerte seguía siendo nuestra amiga. Lo confirmamos cuando a uno de nosotros, en un fuerte enamoramiento con la cerveza el test de alcoholemia le dio 0.49 (siendo el máximo 0.50) y logró entrar al Centenario como un campeón, digno de fortinero.