Marcelo Bravo,
en el mejor momento de su carrera, debió abandonar el fútbol bruscamente luego
de haberle sido diagnosticada una miocardiopatía congénita. Hoy día, se
encuentra dirigiendo las inferiores en Vélez Sársfield, y repasa su vida hasta
el día de hoy.
Suele decirse
que la vida de una persona puede cambiar de un minuto a otro, que el destino
–inevitable para algunos- tiene la capacidad de modificar el rumbo de un ser
humano en unos pocos segundos. Hay infinitos ejemplos en el mundo futbolístico
de delanteros que se convirtieron en ídolos por golear al equipo odiado, o
arqueros que en una buena noche atajaron el penal que definió un partido de
vida o muerte.
¿Qué sucede
cuando ocurre a la inversa? El futuro prometedor de un jugador de fútbol que
tiene todas las de ganar da un vuelco de 180 grados y lo obliga a dejar su
carrera profesional para siempre. Uno de esos casos es el de Marcelo “El Indio”
Bravo, figura indiscutida del Vélez Campeón del Clausura 2005.
El
Polideportivo del Club Atlético Vélez Sársfield a las siete de la tarde parece
una pasarela: no paran de desfilar pequeños (y pequeñas) deportistas con
diferentes uniformes, con palos de hockey, botines. Los más chiquitos de la
mano de sus padres, los otros se despiden en la puerta y siguen su camino
solos. Se respira un ambiente sano, se ríen y conversan con sus pares.
La categoría
2001 de fútbol infantil se encuentra en la cancha número uno, la primera de una
serie de sectores destinados a entrenar pequeñas promesas que se encuentran
debajo de la Autopista 25 de Mayo. Luego de realizar una práctica reducida,
elongan bajo la vista de Marcelo, su director técnico. “Lo que más me gusta es
tratar de formar a los chicos”, destaca.
Hace seis años
que el “Indio” dirige a la pre-novena división, una categoría ya juvenil en la
cual le da importancia al orden y al buen juego, pero también inculca la
educación secundaria como prioridad. Esta carrera improvisada luego de la
miocardiopatía le sienta bien: “Estoy muy cómodo y muy tranquilo”.
“Hoy estoy en un buen camino.”
Marcelo René
Bravo nació el 10 de enero de 1985 en Lomas de Zamora y debutó en Vélez Sársfield
allá por el 2003. Afirma que “ya desde muy chico, cuando empecé a jugar en este
deporte lo disfrutaba muchísimo, y creo que eso hizo que llegue a jugar en
Primera División”, el sueño de cualquier joven que ama el fútbol.
Muchos
futbolistas con su primer sueldo suelen comprarse cosas lujosas y autos
exuberantes, pero Bravo, con el cheque que recibió en el 2003 cuando le ganaron
a Banfield de visitante, le compró una heladera a su mamá, que de hecho duró
hasta hace pocos años.
Llegar a
primera es una meta que ya había podido cumplir. Salir campeón tiempo después
es otro anhelo que un joven persigue durante toda su vida, pero él a sus
diecinueve años ya era titular indiscutido en el equipo de Miguel Russo y se
dio el gusto de levantar la copa el 26 de Junio del 2005: “Con tan sólo
diecinueve años pude dar una vuelta olímpica en Vélez y eso es inolvidable”
Tuvo
oportunidades de irse a jugar al exterior del país, con un futuro por delante y
una gambeta prometedora, pero el que en ese entonces era el Presidente del
club, Raúl Gámez, lo convenció de quedarse seis meses más para jugar la siempre
desafiante Copa Libertadores.
Parece irónico
que el mejor partido de toda su vida haya sido también el último. “El Fortín”
aplastó seis a cero a Gimnasia y Esgrima de La Plata, con un golazo del Indio
que a más de un hincha le hace poner la piel de pollo cuando lo recuerda. “Es
el partido soñado para cualquier jugador que se quiera retirar”, reflexiona
mientras mira para abajo con ojos llenos de nostalgia.
El lunes
siguiente le diagnosticaron la enfermedad que lo obligaría a abandonar el
fútbol de inmediato. La miocardiopatía o cardiomiopatía hipertrófica es una
enfermedad del miocardio (el músculo del corazón) en el que una porción del él
se encuentra hipertrofiado o engrosado sin causa aparente.
“Al principio
no entendía bien lo que había sucedido, fue muy complicado los primeros meses
pero a medida que fue pasando el tiempo uno lo fue aceptando y hoy estoy en un
buen camino”, afirma convencido Marcelo y saluda a un joven que luego de la
práctica se va para su casa.
La relación
con los simpatizantes del club siempre ha sido buena, cuenta. No es de
extrañar, unos pocos minutos bastan para que aflore la calidez y humildad de un
hombre que siempre mantuvo sus valores. De hecho, Bravo tiene una peña a su
nombre, la “del Sur”, realizada por un grupo de amigos.
Aunque
profesionalmente no pudo volver a entrar a una cancha, el vicio es difícil de
despuntar para una persona que pasó gran parte de su vida detrás de una pelota.
Suele reunirse para jugar con sus amigos habitualmente y, de una forma u otra,
continúa ligado a este deporte.
@aayelen
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