jueves, 26 de septiembre de 2013

Gambeta al destino

Marcelo Bravo, en el mejor momento de su carrera, debió abandonar el fútbol bruscamente luego de haberle sido diagnosticada una miocardiopatía congénita. Hoy día, se encuentra dirigiendo las inferiores en Vélez Sársfield, y repasa su vida hasta el día de hoy.



Suele decirse que la vida de una persona puede cambiar de un minuto a otro, que el destino –inevitable para algunos- tiene la capacidad de modificar el rumbo de un ser humano en unos pocos segundos. Hay infinitos ejemplos en el mundo futbolístico de delanteros que se convirtieron en ídolos por golear al equipo odiado, o arqueros que en una buena noche atajaron el penal que definió un partido de vida o muerte.

¿Qué sucede cuando ocurre a la inversa? El futuro prometedor de un jugador de fútbol que tiene todas las de ganar da un vuelco de 180 grados y lo obliga a dejar su carrera profesional para siempre. Uno de esos casos es el de Marcelo “El Indio” Bravo, figura indiscutida del Vélez Campeón del Clausura 2005.

El Polideportivo del Club Atlético Vélez Sársfield a las siete de la tarde parece una pasarela: no paran de desfilar pequeños (y pequeñas) deportistas con diferentes uniformes, con palos de hockey, botines. Los más chiquitos de la mano de sus padres, los otros se despiden en la puerta y siguen su camino solos. Se respira un ambiente sano, se ríen y conversan con sus pares.

La categoría 2001 de fútbol infantil se encuentra en la cancha número uno, la primera de una serie de sectores destinados a entrenar pequeñas promesas que se encuentran debajo de la Autopista 25 de Mayo. Luego de realizar una práctica reducida, elongan bajo la vista de Marcelo, su director técnico. “Lo que más me gusta es tratar de formar a los chicos”, destaca.
Hace seis años que el “Indio” dirige a la pre-novena división, una categoría ya juvenil en la cual le da importancia al orden y al buen juego, pero también inculca la educación secundaria como prioridad. Esta carrera improvisada luego de la miocardiopatía le sienta bien: “Estoy muy cómodo y muy tranquilo”.


“Hoy estoy en un buen camino.”
Marcelo René Bravo nació el 10 de enero de 1985 en Lomas de Zamora y debutó en Vélez Sársfield allá por el 2003. Afirma que “ya desde muy chico, cuando empecé a jugar en este deporte lo disfrutaba muchísimo, y creo que eso hizo que llegue a jugar en Primera División”, el sueño de cualquier joven que ama el fútbol.

Muchos futbolistas con su primer sueldo suelen comprarse cosas lujosas y autos exuberantes, pero Bravo, con el cheque que recibió en el 2003 cuando le ganaron a Banfield de visitante, le compró una heladera a su mamá, que de hecho duró hasta hace pocos años.

Llegar a primera es una meta que ya había podido cumplir. Salir campeón tiempo después es otro anhelo que un joven persigue durante toda su vida, pero él a sus diecinueve años ya era titular indiscutido en el equipo de Miguel Russo y se dio el gusto de levantar la copa el 26 de Junio del 2005: “Con tan sólo diecinueve años pude dar una vuelta olímpica en Vélez y eso es inolvidable”

Tuvo oportunidades de irse a jugar al exterior del país, con un futuro por delante y una gambeta prometedora, pero el que en ese entonces era el Presidente del club, Raúl Gámez, lo convenció de quedarse seis meses más para jugar la siempre desafiante Copa Libertadores.
Parece irónico que el mejor partido de toda su vida haya sido también el último. “El Fortín” aplastó seis a cero a Gimnasia y Esgrima de La Plata, con un golazo del Indio que a más de un hincha le hace poner la piel de pollo cuando lo recuerda. “Es el partido soñado para cualquier jugador que se quiera retirar”, reflexiona mientras mira para abajo con ojos llenos de nostalgia.

El lunes siguiente le diagnosticaron la enfermedad que lo obligaría a abandonar el fútbol de inmediato. La miocardiopatía o cardiomiopatía hipertrófica es una enfermedad del miocardio (el músculo del corazón) en el que una porción del él se encuentra hipertrofiado o engrosado sin causa aparente.

“Al principio no entendía bien lo que había sucedido, fue muy complicado los primeros meses pero a medida que fue pasando el tiempo uno lo fue aceptando y hoy estoy en un buen camino”, afirma convencido Marcelo y saluda a un joven que luego de la práctica se va para su casa.

La relación con los simpatizantes del club siempre ha sido buena, cuenta. No es de extrañar, unos pocos minutos bastan para que aflore la calidez y humildad de un hombre que siempre mantuvo sus valores. De hecho, Bravo tiene una peña a su nombre, la “del Sur”, realizada por un grupo de amigos.

Aunque profesionalmente no pudo volver a entrar a una cancha, el vicio es difícil de despuntar para una persona que pasó gran parte de su vida detrás de una pelota. Suele reunirse para jugar con sus amigos habitualmente y, de una forma u otra, continúa ligado a este deporte.

La vida suele tomar caminos bruscos, rutas exóticas y destinos inesperados. Pero cuando a Marcelo se le pregunta si tuviera la posibilidad de nacer de nuevo y optar entre policía, bombero y futbolista, él elige el potrero siempre: “Vuelvo a jugar al fútbol, sin dudas”.

@aayelen

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